“Nunca cambies tu cabello afro”.
Mi padre repitió estas palabras durante toda mi niñez con un tono estricto. Todas las semanas me decía lo mismo, mientras yo, con los ojos llenos de lágrimas y a mis siete años, trataba de convencerlo de que me dejara cambiarlo.
“¿Por favor, papá?”, le rogaba.
“No”, respondía firmemente. “Tienes que amar lo que Dios te dio. No eres blanca. Eres una princesa nubia”.
En aquel entonces, sentía como si mi papá quisiera arruinar mi vida. Todas las niñas blancas de mi escuela tenían un cabello rubio, largo y liso que les caía sobre la espalda. Las niñas mestizas tenían unos caireles largos y ondulados que rebotaban cada vez que caminaban. ¿Y yo? Yo tenía un montón de trenzas que apenas y tocaban mis hombros, sin importar cuánto las estirara. Mi cabello afro era salvaje y rebelde y, para mi desgracia, mi padre me quería forzar a amarlo.
Me sentía devastada.
Quería ser hermosa a los ojos del mundo e, incluso siendo una niña, sabía que eso significaba lucir como mis amigas de la escuela; como una barbie de tez clara y con cabello rubio. A los niños les gustaban ese tipo de niñas, ellas eran las bonitas. Con esta simple observación, mi percepción de la belleza como niña se transformó en una que no me incluía.
Me encantaría decirles que dejé esos pensamientos tóxicos en el kínder, pero este estándar de belleza eurocéntrico me siguió hasta mi juventud. Cuando entré a la preparatoria, me enamoré con rapidez de las planchas y, cuando entré a la Universidad, mis preferidas eran las extensiones y las pelucas.
“Las pelucas son un accesorio, no una necesidad”, me decía a mí misma. Pero esto no podía estar más lejos de la verdad. Quería ser suficiente y no podía satisfacer ese deseo, ya que buscaba en mi interior una belleza que dependía del exterior y, cuando comencé a actuar, esa verdad solo se hizo más visible. Llené mi cabello de extensiones en mi búsqueda por ese sentimiento de ‘idoneidad’ que siempre parecía existir más allá de mí.
Me tomó 21 años ver lo que mi padre veía.
El día que cumplí 21 años, me prometí a mí misma que en seis meses no usaría pelucas, extensiones, secadoras, planchas ni geles definidores de rizos. Me comprometí conmigo misma a que dejaría que mi cabello creciera de manera orgánica, por el simple hecho de crecer; y también me prometí que no interrumpiría su proceso.
Fue una tortura.
Me sentía incómoda: mi cabello se veía feo, estaba seco y quebradizo, y no sabía cómo manejarse, y, para ser sincera, yo tampoco. Pero me mantuve firme. Estuve con él en los peores momentos, cuando hizo todo lo contrario a lo que le pedía. Cuando me sentía como un niño al salir a la calle, no quería nada más que esconderme detrás de unas suaves y sedosas extensiones de 24 pulgadas. Pero aguanté hasta el final.
Estaba comprometida conmigo misma y mi cabello.
Uno piensa, erróneamente, que al elegir vivir “al natural” obtienes un boleto sin retorno al mundo del amor propio y que ya nunca miras atrás. Pero eso no siempre es cierto. Es un proceso interno en el que debes arrancar las raíces profundas de tu identidad. Esto puede ser muy difícil, pero necesario. Es como renacer. Al final, si decides permanecer al natural, o cambiar de estilo de vez en cuando, descubrirás que no solo se trata de tu cabello. Debes tener la voluntad de llegar a las partes más profundas de tu ser y enfrentarte a ti misma.
Eso es radical.
Es de valientes amar cada faceta de ti en un mundo que constantemente te repite que no deberías hacerlo. Se requiere esfuerzo para aceptar las partes que no te gustan de ti. Esas partes de las que sería más fácil huir, pero que, al lograr aceptarlas, descubres un amor que va más allá del cabello.
Quiero vivir en un mundo donde ninguna niña se sienta de la forma en la que yo me sentí al crecer. Dove y la Coalición C.R.O.W.N. quieren hacer esto una realidad. Su misión es asegurarse de que todas las mujeres y niñas nos sintamos seguras y libres de aceptar nuestro cabello y belleza afrocéntrica, y tú puedes ayudar a que esto sea una realidad. La Ley C.R.O.W.N. fue aprobada por la Cámara de Representantes de los EE. UU. en 7 estados, pero aún falta mucho. Al firmar la ley, puedes animar a más legisladores a crear un mundo más inclusivo que esté libre de discriminación basada en el cabello y racismo. Como una comunidad global, podemos ayudar a garantizar que cada niña con raíces afroamericanas se sienta segura de aceptar su propia belleza y de vivir plenamente como es sin miedo. Mi deseo es que podamos ayudar a las niñas afroamericanas a verse a sí mismas de la forma en que mi padre me veía a mí:
Hermosas, valiosas y, sobre todo, suficientes.
Únete a nosotros para tomar acción. Firma la petición C.R.O.W.N. hoy mismo.
Fotografía de Brandon Gibbs & Felice Trinidad.